Hiladora de la comunidad Dorze (Etiopía)
En un rincón tranquilo, sentada bajo la sombra de un árbol centenario, hay una mujer hilando. Es una labor ancestral que ha sido parte de la vida de la comunidad durante generaciones. En la mano sostiene con delicadeza un huso de algodón recién cosechado. Sus dedos trabajan con agilidad mientras hilvana el algodón en la rueca. El proceso es una sucesión de movimientos repetitivos: tirar, estirar, retorcer... El hilo se desliza suavemente entre los dedos, formando un hilo fino y uniforme que se enrolla en la rueca. Su mirada está fija en el trabajo, pero su espíritu parece estar en comunión con lo que le rodea: el susurro del viento entre las hojas, el canto de los pájaros, el murmullo lejano del poblado… Su trabajo es vital para la comunidad Dorze, un pequeño grupo étnico de unos 29.000 individuos al norte de la región etíope del Omo, cerca de Arba Minch.
A lo largo de las últimas décadas, debido a la presión demográfica y la escasez de tierras, los Dorze se han visto forzados a abandonar progresivamente sus hábitos rurales tradicionales y la fabricación de tejidos se ha convertido en su actividad principal. Confeccionan telas de algodón llamadas “shemma”, que son muy valoradas y utilizadas en todo el país, o los “gabis”, unas telas más gruesas con colores vivos y dibujos geométricos que se utilizan como ponchos o mantas.
La producción y el comercio de artesanías tiene un impacto positivo importante para muchas comunidades, generando empleo y oportunidades económicas, especialmente en los países en desarrollo. En algunos países, aproximadamente el 30% de la fuerza laboral se dedica a actividades artesanas, y supone hasta el 10% del PIB nacional y el 20% de las exportaciones. Además, el trabajo manual es una fuente importante de ingresos y empoderamiento para las mujeres. Las habilidades artesanales les brindan oportunidades de jugar un papel activo en la economía local, lo que al mismo tiempo tiene un impacto positivo para sus familias.
Un niño Dorze en el telar (Etiopía)